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Fotografía e investigación histórica
La fotografía y la representación de la memoria
El dilema sobre la fotografía


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La fotografía como evidencia
La representación gráfica y la construcción de la memoria colectiva del Holocausto


La fotografía y la representación de la memoria

¿Qué sabemos de la memoria colectiva? Las memorias colectivas son usables, facilitan las conexiones culturales, sociales, económicas y políticas, establecen un orden social y determinan la pertenencia, exclusividad, solidaridad y lazos de comunidad. Las memorias colectivas son también tanto particulares como universales. Una memoria puede invocar una representación particular del pasado para algunos, mientras que asume un significado universal para los otros: la palabra Auschwitz tiene un cierto significado para los niños supervivientes del Holocausto, que no es necesariamente reconocido por los académicos contemporáneos. Esto se produce por el hecho básico de que todo el mundo participa en la producción de memoria, aunque no de la misma forma.

Sabemos que las memorias colectivas son materiales: tienen textura, existen en el mundo más allá de la mente de la persona. Encontramos memoria en objetos, narrativas sobre el pasado, incluso en las rutinas que estructuran nuestra vida diaria. Ninguna memoria está totalmente incorporada en esas formas culturales, pero las entrelaza entre cada una de ellas, para asumir significado. La materialidad de la memoria es importante, porque ayuda a compensar las fluctuaciones que caracterizan el recuerdo. Y, finalmente, sabemos que las memorias colectivas son plurales. Dependiente en grupos interpretativos denominados “comunidades de memoria” para conseguir significado, la memoria depende para su existencia de los códigos sociales para prevalecer en un grupo, tiempo o lugar.

Alrededor de cada uno de esos ejes de recuerdo, las memorias colectivas “vibran”. Disipando la noción de que una memoria de un lugar y un tiempo retiene autoridad sobre todas las otras, las memorias colectivas analizan múltiples y, a menudo, conflictivos relatos del pasado. Lo importante es porqué los actores históricos construyen sus memorias de una forma particular en un tiempo particular. Las memorias se convierten no sólo en construcciones de circunstancias sociales, históricas y culturales, sino en un reflejo de porqué una construcción tiene más poder que sus rivales. El estudio de las memorias colectivas representa el pasado, tal como es tejido en el presente y en el futuro.

Las fotos de atrocidades acomodaban una amplia historia sobre las atrocidades, a través de un amplio ámbito de estrategias representativas. Los objetos de representación más frecuentes en la fase inicial, se encontraban entre aquellos que posteriormente resurgieron como iconografía del Holocausto (calaveras y cuerpos, alambradas separando a los supervivientes y las víctimas del mundo exterior, instrumentos de las atrocidades, las chimeneas de los crematorios y los hornos, las posesiones abandonadas, etc.).

Las imágenes como testimonios. Las fotos no sólo funcionan de forma referencial, sino como elementos simbólicos de atrocidades en su forma más amplia. Entender el alcance y magnitud de las atrocidades fue igualmente importante para reconocer sus elementos individuales. Cada agente de la memoria facilitaba un interés renovado en las fotos de las atrocidades en formas que tanto desafiaban como apoyaban los esfuerzos conmemorativos existentes.

La posibilidad de reutilizar las fotos de las atrocidades las convirtió en un elemento bien adaptado para el trabajo de la memoria y el acto de testimoniar. La atención comenzó a centrarse en los hechos que las fotografías habían documentado. Por tanto, no es sorprendente que hacia finales de los 1970 y comienzos de los 1980, los libros fotográficos volviesen su atención a las atrocidades nazis. Esto sugería una atención a la fotografía como una pista de memoria, además de un documentador de los hechos sucedidos.

Se ha producido una transformación de las fotografías desde documentos hasta objetos documentales de un reconocimiento, conmemoración y contemplación fuertemente intensificada, pero se sigue manteniendo la cuestión del estatus y transformación del objeto documental en la representación y la visualización de la historia y memoria del Holocausto. Como objeto documental, el objeto o fotografía nos enseña y advierte sobre los hechos. Como objeto precioso, también ofrece una forma de restitución, una representación de la justicia, para aquellos que experimentaron lo inconcebible.

Como Zelizer ha señalado, “primero hubo un período inicial de gran atención que persistió hasta finales de los años 1940; entonces un período de relativa amnesia que se mantuvo hasta los 1970; y finalmente un período renovado de intenso trabajo de memoria que comenzó a finales de los 1970 y continúa hasta la actualidad”.

“El vasto catálogo fotográfico de miseria e injusticia por todo el mundo ha dado a todos cierta familiaridad con la atrocidad, haciendo ver lo horrible más ordinario –haciéndolo parecer familiar, remoto… inevitable. En el momento de las primeras fotografías de los campos nazis, no había nada banal sobre esas imágenes. Después de 30 años parece que se ha alcanzado un punto de saturación”.

Si las imágenes fotográficas de montones de cadáveres nos persiguen, lo hacen colectivamente; es decir, sería difícil destacar una única fotografía por encima de las otras. Por el contrario, hay un puñado de espantosas imágenes menos explícitas que, quizás precisamente por esa razón, han adquirido el estatus ambivalente de iconos, tanto inolvidables como desinfectados.

Las extraordinarias descripciones en las fotografías del Holocausto proceden de las lentes del realismo, lo que aumenta y aleja su función como documentos objetivos. James E. Young afirma: “la fotografía incluso puede ser más apropiada de lo que los escritores documentales imaginan: la fotografía opera retóricamente, precisamente en el mismo supuesto trabajo de la narrativa documental. Es decir, como un aparente rastro o fragmento de sus referentes que apelan al ojo por su prueba, la fotografía es capaz de evocar la autoridad de su relación empírica con los hechos, lo que a su vez parece reforzar el sentido de su propia objetividad sin mediación”.

El deseo de saber, de sentir, de encontrar un lugar de intersubjetividad entre lo propio y las víctimas es el dilema al que se enfrentan las representaciones, tanto públicas como privadas, de la conmemoración del Holocausto. La cuestión puede ser dirigida hacia las imágenes familiares documentales y pre-Holocausto. Esto es porque la cruel y conmovedora paradoja de la fotografía, situada precisamente en las demandas de la historia, también funciona como un marcador de empatía. Así, si la empatía es tomada como significado de la proyección imaginativa de la propia conciencia en otro ser, esta empática fusión se convierte casi en imposible, cuando los hechos son tan inimaginables que abruman la capacidad mental para encontrar un lugar donde su representación pueda ser presentada.

Es irresponsable, en el peor de los sentidos, usar una película o unas imágenes como la única introducción al Holocausto en los ámbitos académicos, si la intención es impactar en el observador y ponerlo al corriente de los crímenes del pasado. Observar las imágenes de atrocidades en la ignorancia sólo impacta a los sentidos, pero no enseña ningún significado adecuado ni ninguna concepción histórica. No es correcto asumir el acto de metonimia por el que un recuerdo visual fragmentario de un momento de un hecho histórico del Holocausto se convierte en una representación de su totalidad, una totalidad que, como académicos responsables, sabemos que va más allá de los límites de la representación.

Cuanto más contextualizamos las fotografías, más dolorosas son las memorias. Mirando la amplitud de la historia del Holocausto, las personas pueden ahora “entender” la brutalidad nazi sin un completo entendimiento de su contexto, con preguntas tales como porqué sucedió: sucedió y eso parece ser lo único que importa. Kaplan señala que la memoria del Holocausto no ha sido, realmente, sobre los detalles de su historia o sobre la explicación de cualquier imagen como un gran crimen y su castigo, sino sobre la verdad universal del Holocausto y cómo se mantiene en su legado consciente. Las fotografías se convierten así en una ayuda para simplificar la historia, en un consuelo para las personas que parece mostrar que todo puede entenderse y que podemos seguir adelante.