El Gran Devorador
Raíces históricas del antigitanismo
La persecución nazi
Los gitanos austriacos
Deportación y genocidio
Exclusividad de las víctimas
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El Gran Devorador: de la exclusión social al Porrajmos
El Holocausto de los gitanos durante el Tercer Reich (1933-1945)



La lucha por la historia y la “exclusividad” de las víctimas


“En los primeros años después del final de la dominación nazi en Europa, la comunidad gitana estaba desarraigada. Las pequeñas organizaciones educativas y culturales que habían existido antes de 1939 habían sido destruidas. La estructura familiar había sido rota con la muerte de los más ancianos –los guardianes de las tradiciones. (…) Solventaron los problemas psicológicos no hablando sobre el tiempo en los campos. Sólo un pequeño número de gitanos podía leer o escribir, por lo que no pudieron explicar su propia historia. Pero tampoco estuvieron dispuestos a explicar sus propias historias a otros, y muy pocos estaban interesados” (KENRICK, Donald, Historical Dictionary of the Gypsies (Romanies), The Scarecrow Press, Lanham, 1998, pág. 4).

Estas páginas son sólo una breve introducción a los sufrimientos que pasaron las comunidades gitanas que quedaron sojuzgadas por el Nacionalsocialismo. Aunque desde 1945 se han escrito miles de libros que hablan de los crímenes del Tercer Reich, hasta hoy el genocidio de los gitanos se ha mantenido como un terreno prácticamente inhóspito, en el que las aproximaciones de las ciencias sociales y legales han fracasado. Este fracaso viene provocado porque se han hecho significativos progresos dirigidos al entendimiento de la relación entre la ideología nazi, la política social alemana y el genocidio de los gitanos. Pero está claro que éstos aún son considerados separados pero no igual en la mayor parte de la historiografía sobre el Holocausto. Las imágenes de los burócratas, científicos y policías alemanes relacionados con la aplicación de las políticas gitanas son paralelas, hasta el momento, con lo relacionado con el asesinato de los judíos. El vacío existente durante estos años sólo puede ser corregido mediante los nuevos acercamientos al tema que deben analizar todos los aspectos, hasta ahora olvidados por la historiografía.

Gilad Margalit ha identificado tres tipos de “narrativa” en referencia a la persecución de los gitanos durante el Nacionalsocialismo (MARGALIT, Gilad, Germany and its Gypsies, págs. 16-18). De acuerdo a lo que él denomina “narrativa nazi”, los gitanos fueron perseguidos debido a que eran criminales y asociales que representaban una amenaza real para la población alemana. Por tanto, se legitiman los esfuerzos para preservar la ley y orden (no el racismo) motivado por las acciones nazis contra los gitanos. En segundo lugar, la “narrativa judía” señala que la persecución fue similar a la que sufrieron los judíos, y a menudo se utiliza la imagen de la victimización de los judíos como modelo para representar el destino sufrido por los gitanos. Finalmente, como elemento intermedio, la “narrativa sincrética” expresa la actitud de la mayor parte del gobierno local y federal, y de la sociedad alemana del período de la posguerra, hasta los años 1980. Esta postura señala que la persecución de los gitanos era criminal, aunque las mismas víctimas no eran totalmente inocentes, debido a su asociabilidad. Cada una de estas tendencias ha marcado una forma de acercarse a la historiografía del genocidio de los gitanos europeos, y cada una ha tenido unas consecuencias de gran importancia.

La “narrativa judía”, según algunos autores, entre ellos el propio Margalit, tiene una consecuencia de gran importancia, como es la “disminución” del estatus de víctima de los judíos. Por tanto, la igualación de la experiencia de los judíos y los gitanos ha supuesto la disminución de esas experiencias colectivas, porque “la participación activa del público alemán en la persecución de los judíos (…) dio a esa persecución un carácter nacional, que no tuvo paralelismo ni en la persecución nazi de los gitanos ni en ninguna otra persecución nazi” (MARGALIT, Gilad, Germany and its Gypsies, págs. 190). Esto ha provocado que cualquier intento de la comunidad gitana de reclamar su lugar en la historia del genocidio nazi se enfrente a la hostilidad de los historiadores (HANCOCK, Ian, “Uniqueness of the victims: gypsies, jews and the Holocaust”, en The Eaford International Review of Racial Discrimination, vol. 1, núm. 2, 1988, págs. 45-67).

La lucha de la comunidad gitana por el reconocimiento del genocidio al que fueron sometidos arroja nueva luz sobre uno de los tópicos más importantes del período de posguerra, como es el estatus de las víctimas. A mi entender, en referencia a la persecución nazi de los gitanos, es cierto que es muy importante la comparación, pero no es el único elemento: la discusión también debe centrarse en los motivos de los perpetradores y el sufrimiento de las víctimas, pertenezcan al colectivo que pertenezcan. El internamiento de los gitanos en los campos de concentración tiene claros paralelismos con el destino de los judíos. Pero también asume grandes diferencias. Fueron un colectivo perseguido por motivos raciales y considerados “inferiores” pero, a diferencia de los judíos, los gitanos no estuvieron sujetos a un plan preestablecido de eliminación física. Sin embargo, si analizamos las similitudes, probablemente la más importante sea que, al analizar su destino, vemos que tanto judíos como gitanos están relacionados: son dos pueblos que han vivido en Europa durante siglos, sin una nación propia, discriminados debido a sus peculiaridades, expulsados y marginados constantemente, y buscando unos nichos geográficos y económicos que les permitan sobrevivir.

Asumir el genocidio de los gitanos permite afirmar que no existe una única Solución Final. Por eso, en los últimos años se está volviendo a incrementar el interés por aquellos que fueron perseguidos por los nazis pero que no eran judíos: gitanos, homosexuales, “asociales”, etc. Este creciente interés causa una cierta desazón entre los estudiosos y la sociedad judía, tensión que procede de la consideración de que admitiendo que otro grupo sufriese la persecución nazi se minimiza la magnitud o exclusividad del destino de las víctimas judías. La persistencia de este tipo de “exclusividad” sobre quiénes fueron las víctimas, la duración de la persecución o el número de muertos, provoca un conflicto artificial entre estos colectivos. Ian Hancock señala que la presentación de los acontecimientos que llevaron al Holocausto gitano no debe considerarse un elemento de confrontación con otros colectivos, sino una forma de completar lo que ya sabemos (HANCOCK, Ian, “Responses to the Porrajmos”, en ROSENBAUM, Alan (edit.), Perspectives on the uniqueness of the Holocaust, Westview Press, Boulder, 1996, págs. 33-51).

Si atendemos a las consideraciones del régimen nacionalsocialista, tanto los judíos como los gitanos tuvieron el mismo estatus común al ser designados para la eliminación. Pero mientras los judíos fueron considerados una amenaza en diferentes aspectos (políticos, económicos, sociales, etc.), los gitanos sólo fueron considerados una amenaza racial. La historiadora austriaca Erika Thurner escribió que “judíos y gitanos fueron igualmente afectados por las teorías raciales y las medidas de los gobernantes nazis. La persecución de los dos grupos fue llevada a cabo con la misma radical intensidad y crueldad. El genocidio judío recibió mayor prioridad en la planificación y la ejecución –debido al estatus social diferente de los judíos y también a su mayor número. Debido a su reducido número, los Roma y Sinti fueron para los nazis un ‘problema secundario’” (THURNER, Erika, National Socialism and Gypsies in Austria, pág. 16). Por tanto, no podremos comprender totalmente el uno sin el otro.

Cuando la tesis de la “singularidad del Holocausto” pasó a centrarse en los judíos, el olvido de los gitanos se convirtió en un hábito. Como consecuencia de esta tesis, se han producido cada vez más controversias sobre si la comunidad gitana fue víctima del mismo modo de los planes y acciones genocidas nacionalsocialistas que los judíos, creando así diferentes estatus de víctimas. Pero si la especificidad de la persecución nazi consiste en que no estuvo directamente dirigida contra individuos, sino contra grupos racialmente definidos, entonces debemos tener en cuenta a los gitanos, como comunidad.

Después de la guerra, el antisemitismo fue desligitimizado en la cultura política alemana. Incluso aquellos tipos de antisemitismo que no tenían ninguna conexión con la ideología nazi quedaron contaminados por los asesinatos masivos de los judíos europeos. Cualquier expresión pública quedaba identificada como un elemento relacionado con el nazismo (BERGMANN, W., ERB, R. (Hg.), Antisemitismus in der politischen Kultur nach 1945, Westdeutscher Verlag, Opladen, 1990, págs. 204-205). Por el contrario, las limitaciones impuestas al antigitanismo no sufrieron la imposición de un tabú como al antisemitismo. Esta situación comenzó ya en 1945. Aunque los Aliados consideraron la persecución de los gitanos en el Tercer Reich como un crimen racial, la política de reeducación política llevada a cabo por las autoridades de ocupación no hizo un esfuerzo especial para combatirlo. La propaganda nazi había preparado al público alemán para la centralidad de la “lucha contra los judíos”, pero en el caso de los gitanos, por el contrario, no hubo discursos políticos ni grandes discusiones ideológicas.

El público alemán absorbió la distinción entre judíos y gitanos que había hecho el régimen nazi, como quedó demostrado en las actitudes públicas hacia los dos colectivos tras 1945. Ese rechazo se ha mantenido vivo en la sociedad alemana, llegando incluso a la actualidad, como queda evidenciado en los resultados de diferentes encuestas de opinión, bajo el impacto de la migración de gitanos desde la Europa oriental (especialmente desde Rumanía). En la mayoría, la población alemana fue consultada sobre sus preferencias referentes a vivir con vecinos de diferentes procedencias étnicas. En 1992, comparados con todos los grupos étnicos de la República Federal alemana, los gitanos fueron considerados entre los menos aceptados: el 64% de los alemanes los rechazaba, una cifra mucho más alta que otros grupos sociales, étnicos o religiosos (musulmanes, 17%; indios, 14%; trabajadores extranjeros, 12%; personas de piel oscura, 8%; judíos, 7%). Estos altos porcentajes sólo son comparables con otros tipos, como a los adictos a las drogas (66%), los alcohólicos (64%) y los militantes de extrema derecha (63%), categorías que implican siempre miedo a la violencia que se puede desprender de su presencia en la sociedad. Y también, los mismos grupos en los que fueron considerados “asociales”, durante el Nacionalsocialismo (MARGALIT, Gilad, “The representation of the Nazi persecution of the Gypsies in German discourse after 1945”, en rev. German History, núm. 17, 1999, págs. 221-240).

Por tanto, la derrota del Tercer Reich no marcó el final de los sufrimientos del pueblo gitano. La mayoría de los que habían pasado por los campos de concentración temían mostrarlo públicamente, porque la legislación antigitana anterior a la guerra aún estaba en vigor, y aquellos que no podían presentar documentación sobre su ciudadanía alemana eran encarcelados en campos de trabajo. Las leyes antisemitas fueron abandonadas tras la derrota de Alemania, mientras que las antigitanas estuvieron en vigor hasta bien entrados los años 1960 (esta situación también se dio en el caso de los homosexuales. DE TORO MUÑOZ, Fco. Miguel, “Marginados, delincuentes y pobres”, pág. 11). Una de las razones de esta situación fue que una gran parte del personal de los antiguos órganos represivos fue absorbido por las autoridades de la nueva República. Los círculos policiales y judiciales republicanos vieron la persecución de los gitanos como una lucha del Estado nazi contra un elemento tradicionalmente asocial y criminal, una persecución que fue brutal, pero en ningún caso inexplicable. Los burócratas y políticos alemanes de la posguerra continuaban discriminando a los gitanos, utilizando estrategias semánticas que los calificaban de “vagabundos” en lugar de gitanos, para permitir su persecución. Otra posible explicación para esta situación es la señalada por Gilad Margalit: que los crímenes nazis no crearon un sentimiento de empatía o compasión por parte del pueblo alemán hacia las víctimas gitanas. Esto ha provocado que se mantenga el sentimiento de oposición hacia este colectivo, basado en los antiguos tópicos racistas.

Pero no sólo han sido los políticos y los académicos los que han ignorado durante décadas esta cuestión. También ha sido tratada de forma marginal y secundaria en los memoriales históricos que conmemoran la persecución. Esta tendencia ha ido cambiando progresivamente hasta la actualidad, y se ha conseguido una estrecha colaboración entre las nuevas instituciones gitanas y los memoriales, tanto a nivel nacional como internacional (por ejemplo, con el Dokumentations- und Kulturzentrum Deutscher Sinti und Roma, creado a comienzos de los años 1990, en Heidelberg). Esta nueva concepción de los memoriales proporciona la oportunidad de subsanar los déficits en la representación del genocidio gitano.

A pesar de este desarrollo positivo, la minoría gitana aún debe enfrentarse constantemente con el racismo social, basado en los clichés antigitanos. Pero se diferencia de los sentimientos colectivos que se han desarrollado en la mayoría de la sociedad durante siglos, y que fue utilizado para sus fines por el Nacionalsocialismo. Por ejemplo, en la documentación sobre los gitanos que no provienen de esa comunidad, porque aún los representa como personas “alienas” a la sociedad, marginales y, en cierta forma, sin perder la etiqueta de asociabilidad que del período de entreguerras. El principio de personalización y el intento de hacer que las víctimas tengan una cara y una historia personal, adquiere un significado especial entre este colectivo.

En la investigación histórica, el genocidio del pueblo gitano debe ser considerado en su propia dimensión: como el intento de eliminación total, porque esta política de exterminio sistemático de una minoría supuso una ruptura de la civilización. Ya no hay ninguna duda de que se trató de un genocidio de características raciales, y que los gitanos quedaron sin derechos al mismo tiempo que los judíos, que fueron internados y, finalmente, exterminados, como los judíos. Es cierto que podemos considerar que la “cuestión gitana” fue un elemento marginal para los nazis hasta finales de los años 1930, pero la radicalización de esta política, especialmente durante la guerra, provocó un tratamiento que fue totalmente diferente a la persecución que habían sufrido en el pasado, constituyéndose en un fenómeno único en la historia de la actitud del Estado alemán hacia la comunidad gitana (MARGALIT, Gilad, Germany and its Gypsies, pág. 54).

La política antigitana nacionalsocialista mantuvo su efectividad, más allá del Tercer Reich. A través de la persecución y exterminio, tuvieron éxito al destruir la cohesión de la comunidad gitana. La estructura tribal quedó devastada. Los valores que habían prevalecido, a pesar de los intentos de reeducación de siglos anteriores, finalmente fueron arrasados mediante la separación de las familias y comunidades en los campos de concentración y la casi completa disolución de las extensas familias al final de la guerra. Cuando los gitanos fueron liberados, en 1945, su sentido de los valores y sus mecanismos sociales y grupales habían sido destruidos, por primera vez en la historia (THURNER, Erika, Nacional Socialism and Gypsies in Austria, pág. 128). Además, los gitanos intentaron asimilarse, provocando la alienación de sus propias tradiciones y su cultura original. La cambiante estructura laboral y económica de la sociedad de la posguerra puso a los gitanos en senderos que implicaban el abandono de su antigua forma de vida, a favor de una asimilación social más efectiva.

Actualmente, en Austria y Alemania los gitanos son, formalmente, iguales al resto de los ciudadanos. En contraste con otras minorías étnicas, sin embargo, no son reconocidos ni como un grupo étnico separado ni como una minoría lingüística propia.